La Texana: la promesa del post punk mexa
En medio del ruido digital y las propuestas efímeras, hay artistas que logran hacer eco. Uno de ellos es La Texana, el proyecto musical liderado por Josué Ramírez, originario de Tijuana, Baja California, que ha sabido abrirse camino en la escena alternativa mexicana con una propuesta que entrelaza el post punk y la nostalgia del folklore norteño. Con tan solo 21 años, este joven ha encontrado en la melancolía una trinchera sonora para narrar los desencantos de su generación.
Josué comenzó este viaje a los 17 años, impulsado por una necesidad de expresarse en medio del caos emocional de la adolescencia y el crecer. En su habitación, entre cables, guitarras y programas de grabación caseros, fue esculpiendo un sonido particular: guitarras sombrías que recuerdan a Joy Division o Soviet Soviet, letras introspectivas que hablan de ansiedad, amor joven y torpe, y una constante sensación de no pertenecer, todo atravesado por la sensibilidad fronteriza de quien creció entre el ruido del corrido tumbado y el eco lejano del cold wave.
El primer golpe llegó con Nunca he sabido amar, un sencillo lanzado en 2021 que rápidamente capturó la atención de una audiencia que no terminaba de sentirse representada por los clichés del indie. Luego vino el EP Morro (2023), una obra breve pero contundente que solidificó su estilo y puso en palabras las angustias de muchos jóvenes en Tijuana —y más allá— que viven entre la precariedad emocional y el desencanto de crecer en una ciudad atravesada por la violencia y la migración.
Musicalmente, La Texana es un híbrido improbable: post punk con alma norteña. En sus canciones conviven sintetizadores melancólicos con líneas de bajo densas y percusiones minimalistas, pero también se cuela algo del corrido, algo del desierto, algo del dolor colectivo. Él mismo lo describe como “una mezcla de rock pop y dark con el folklore de Tijuana”. Y esa fusión, que podría parecer forzada en otros casos, en La Texana resulta natural, coherente, profundamente honesta.
En los últimos meses, sencillos como Terco, El Sol, Dispara y Niños han dejado ver una evolución notable en su propuesta: las letras son más certeras, los arreglos más complejos, pero la herida sigue ahí, abierta, palpitante. Sus canciones funcionan como diarios íntimos que se cantan a gritos en un cuarto lleno de luces rojas. Hay algo profundamente generacional en su obra, algo que conecta con el malestar difuso de una juventud que se siente agotada antes de empezar.
El Lunario del Auditorio Nacional será su escenario más grande hasta ahora, y más que un concierto, promete ser una experiencia catártica. Será la primera vez que La Texana lleve su propuesta a un recinto de esta magnitud, y para muchos fans, representa el momento en que el artista fronterizo deja de ser una promesa para convertirse en una voz imprescindible del nuevo sonido nacional. No es casualidad que esta fecha haya generado tanta expectativa: en una época donde la música alternativa mexicana tiende a replicar fórmulas, La Texana representa una anomalía necesaria, una desviación poética y brutal.
Lo que se presentará el 04 de mayo en el Lunario no es solo un show, sino el testimonio de un camino recorrido a pulso, de manera independiente, sin disqueras grandes ni campañas de marketing invasivas. La Texana ha crecido gracias a una base de fans leales, al boca a boca, y sobre todo, a la fuerza de su narrativa. Porque más allá de los géneros, lo que sostiene su música es el deseo de contar historias: las propias y las de muchos que, como él, crecieron sintiéndose extraños en su propia piel.
Por: Ana Acevedo
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