Travesía: danza y alegría
Aglomeraciones de familias atravesaban las puertas rojas que se caracterizan por estar enmarcadas entre querubines, de aquella sala, que al ser visitada por vez primera, cautiva con sus pinturas que salen al encuentro si se alza la vista hacia lo alto. La tercera llamada se hacía escuchar en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris y a las siete de la noche estaban tan próximas a detonar que el telón se levantara.
En lo profundo de aquella caja gigante las oscuras sombras de músicos y sus instrumentos eran disipadas, las luces titilantes anunciaban la llegada del que sería el encargado de sumergirnos en una travesía llena de asombro: Mateo, un personaje que no pudo representar de mejor manera la inquietud y curiosidad de la niñez por querer saber más sobre absolutamente todo. Él, empijamado de azul cielo y sobre su cama, apareció surcando de un lado a otro el espacio, siendo empujado por su apá.
El pequeño, lleno de miedo y confusión podía ver figuras humanas con un aspecto peculiar, rostros gigantes con líneas curvas que dejan deducir que las hojas de los árboles de encino o guayacán caen y resurgen cada cierta temporada del año.
-Papá, he visto a muchos de los monstruos feos con los que tú bailas- gritaba Mateo mientras la música de violín acompaña su cómico quejar. -No son monstruos, sino danzantes que bailan nuestras historias Mateo- decía su padre, un hombre ensombrerado y bigotudo mientras cada una de las cabezas bailarinas remolineaba alrededor de aquella familia.
Eran diversos los accesorios que llevaban consigo, algunos eran partícipes del alegre oficio de repartir el delicioso platillo tan característico de nuestro país, con su respectiva canasta y salsa viajera. Otros rostros femeninos que tenían el cabello semejante al zacate en textura y color cubrían su atuendo con flores amarillas. Algunos otros cargaban sobre su dorso los tejidos abrasadores que velan el sueño a un gran número de familias mexicanas, los petates de palma. El revoloteo de los zapatos acompañaba al melodioso sonido que fluía entre cada pasillo del auditorio. A decir verdad, no se sabía qué predominaba más en el aire, si el júbilo sobre la plataforma o la fiesta debajo de ella, esto generado por las risas y aplausos de cada asistente del recinto.
La literatura dramática tomaba un nuevo sabor, uno en donde la barrera de un escenario era eliminada y todos, sin excepción alguna, participaban del mismo acto, cada uno era danzante desde su trinchera. De pronto todos cayeron en cuenta de que la celebración tenía un propósito, se estaba disfrutando de la Fiesta de los fieles difuntos, el miedo ya no estaba presente en las miradas de los espectadores, ni siquiera en el mismo Mateo, ahora sólo había un gozo recorriendo el cuerpo y una reflexión en el corazón: "La muerte es un suspiro, a veces un trago amargo, un poema. La muerte es ese otro cielo pero el de abajo."
Inmediatamente los pasos de Mateo se convirtieron en un parte aguas para el curso del relato, en tan solo segundos la narrativa se encontraba en Oaxaca. ¿Acaso es común que un animal tan imponente persiga a un infante hasta hacerlo esconderse y suplicar por su vida? Muchos pueden identificarse con situaciones similares, siendo perseguidos por un animal como una gallina o un guajolote en su niñez, pero nunca por uno como lo es el toro, que fue el caso de Mateo, quien se encontraba en apuros siendo perseguido, tanto por el faro reflector que dejaba ver su rostro tallado en madera, como por éste intrépido de cuatro patas.
Esto daba paso a entender lo que estaba ocurriendo, Mateo atravesaría algunos de los Estados del país más megadiverso, no solo en climas, fauna o gastronomía, también aquel país en donde hay diversidad en sus danzas regionales como forma de expresión y legado cultural. La ofrenda estaba lista y la mesa también, hombres vistiendo el negro de gala y portando cuernos se convirtieron en la escolta de una bella mujer enmascarada con cabello acaracolado que se distinguía por hacer un contraste entre ella y sus acompañantes por su vestido brillante de tonalidades amarillas.
Un evento en donde la aparición de jaguares, charros con diamantes incrustados e incluso, el mismo diablo, dejó claro que los rituales son columna vertebral de sus comunidades. Michoacán, Puebla, San Luis Potosí, Veracruz, Tlaxcala y Chiapas tienen una historia por contar.
Mateo se acercaba indagador al nuevo lugar que estaban por pisar las plantas de sus pies, entre la espesa vegetación, llegaron a lo que, según palabras de su padre, era un camposanto. Aquel lugar en donde una vez al año los que ya no viven podían brincar de roca porosa en roca porosa sin tener que preocuparse por romperse un brazo sino, simplemente, ser libres. De hecho así andaría el abuelo de Mateo, de pachanga bailando sobre la tumba con Mictlantecuhthi, el dios del inframundo.
Los recuerdos con su abuelo no solo se hacían presentes en sus palabras, ahora estaba su presencia con la danza de los viejitos, en donde, para poco conocedores como la persona que observaba lo descrito, se podía entender el significado de cada simbolismo a profundidad: Listones coloridos que aluden a los dones que fueron recibidos por el sol, bastones largos que infunden una noción de autoridad y respeto, mientras que un venado lleva en sus letras el significado de un ciclo, el del día y la noche. En definitiva cada mirada que veía a la distancia quedaba conmocionada con la ternura con la que el padre de Mateo explicaba el mensaje con el que su hijo debía quedarse: "Todo lo que muere vuelve a nacer."
El viacrucis lleno de persecuciones empezaba a cobrar un sentido, lo común o roto puede ser tomado en la vida para extender una huella; ejemplo de ello la leyenda del Chico, donde un joven chiapaneco agonizante fue reconfortado por sus seres queridos por medio de bailes y la marimba como elemento principal. De esta manera, Mateo quería tomar aquellas cuerdas entretejidas para dejar de tenerle miedo a los monstruos y convertirse en uno, un danzante. No eran monstruos, eran cerca de 20 danzantes por cada puesta en escena que utilizaban "sus cuerpos como instrumento para hablar sobre los orígenes del mundo."
Así es como en suma el telón representó no solo el final de un primer acto, sino también la puerta de acercamiento al significado de la vida y la muerte misma y, sin ningún precedente, también fue la señal para que nuevos comienzos se hicieran una realidad. Flores frescas como testigos de una afirmación que duraría unos segundos pero que tendría un impacto para siempre.
Entre un anillo, flores, zapateados, piñas al hombro, redes de pesca, listones, máscaras de papel maché, guayaberas, olanes, sombreros o risas, la celebración del 48° aniversario de la Compañía Nacional de Danza Folklórica de Nieves Paniagua, que trajo esta rica experiencia a la Ciudad de México, aún no terminaría hasta el momento en que los Huahuas de Veracruz subieran con sus penachos pesados y brillantes a aquella gran pirámide de madera para poder volar.
Fotografías y escrito por: Daniela Elizabeth Reséndiz Hernández
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